
Hace unas semanas tuve una velada en la que me hablaban de un viaje sin duda exótico: Senegal.
La narración era sobre un poblado en Senegal donde a los niños que nacían con diversidad funcional, el pueblo iniciaba un ritual que consistía en una espeluznante y casi irreparable situación.
Al bebé se lo llevaban al bosque por la noche. Le tumbaban, y con cuatro huevos de avestruz formando un cuadrado, le dejaban en el centro de esa figura.
Al día siguiente volvían a pasar al mismo lugar donde habían depositado ese recién nacido. Si estaba con vida, volvía a la aldea. Si no ya había decidido la "suerte", los dioses o lo que quiera que sea, por él.
Me explicaron que en esta aldea había personas con síndrome de Down y eran como uno más, sin exclusión. Hacían exactamente las mismas cosas. Tal vez un tanto dispar para una cultura occidental, no preguntarse cómo no hacer el planteamiento de que cualquiera que nazca es válido, sea cual sea su "formato", sin precisar llevarle a la noche a que su vida corra una suerte irreparable. Pero los occidentales abortan a aquellos que detectan con diversidad. Similitudes o idénticas prácticas donde se excluye de la vida a determinadas personas.
En otra reunión tuve la oportunidad de poder hablar con una antropóloga que había estudiado distintas tribus de Perú. Mis preguntas se volvieron a dirigir hacia la diversidad funcional y su entendimiento en esas tribus. La respuesta fue taxativa, les entierran vivos. El número no lo sé en concreto pero esa fue la respuesta. Palidecí.
En España recientemente, en este siglo XXI, se ha suprimido la posibilidad de incapacitar judicialmente a las personas con diversidad funcional. Este hecho les negaba el derecho al voto, a casarse, a manejar sus ingresos, a tener hijos pues eran esterilizados, a disponer de sus pertenencias o herencias.
Hoy en día a los niños con diversidad funcional se les estigmatiza desde su nacimiento pasando por recursos, que tristemente están institucionalizados y permitidos, que subordinan sus capacidades al cruel concepto de producción o competitividad, a prejuicios propios de los profesionales que aún no han visto que el problema de la discapacidad está en el entorno y nunca en las personas. El problema está en el que no entiende cómo relacionarse con la diversidad funcional no en el que tiene esa característica.
O la tremendamente designada como discapacidad cognitiva, les envía al ostracismo escolar. Pasan por centros de atención temprana que les tratan como a enfermos, por escuelas que les segrega y aparta. Les dejan sin oportunidades de socializar desde la normalidad. Estos hechos hacen que haya una clara diferencia social entre los que tienen oportunidades y los que, sumidos en este sistema anacrónico que no responde a ninguna de sus necesidades, sufran el aislamiento social.
Confieso mi estupor por las prácticas en casi todos los países del mundo. Cuesta tanto que se dé visibilidad a buenas prácticas e innovación en los postulados que sustentan ideas erróneas u obsoletas que son las que están dirigiendo sus vidas. Esto supone un riesgo permanente que cronifica situaciones que precisan una intervención urgente. Niños ciegos en casa, niños que sufren el acoso escolar, niños sin conocimientos académicos, niños abusados sexualmente, adolescentes con recursos sólo para discapacitados, falta de empleabilidad. Todas estas vidas segadas están restando humanidad al resto de población.
El progreso cultural ha de ser propiciado por universidades, medios de comunicación, empresas privadas y públicas donde la ética sea el fundamento y el eje transversal para la vida de los niños y adultos con diversidad funcional vivan desde su criterio personal y con dignidad.
Entre todos podemos crear conciencia social, legislar para evitar su exclusión, generar el empoderamiento de ellos para su emancipación porque a través del acercamiento de las personas con diversidad podemos crear un mundo más amable y justo.
La narración era sobre un poblado en Senegal donde a los niños que nacían con diversidad funcional, el pueblo iniciaba un ritual que consistía en una espeluznante y casi irreparable situación.
Al bebé se lo llevaban al bosque por la noche. Le tumbaban, y con cuatro huevos de avestruz formando un cuadrado, le dejaban en el centro de esa figura.
Al día siguiente volvían a pasar al mismo lugar donde habían depositado ese recién nacido. Si estaba con vida, volvía a la aldea. Si no ya había decidido la "suerte", los dioses o lo que quiera que sea, por él.
Me explicaron que en esta aldea había personas con síndrome de Down y eran como uno más, sin exclusión. Hacían exactamente las mismas cosas. Tal vez un tanto dispar para una cultura occidental, no preguntarse cómo no hacer el planteamiento de que cualquiera que nazca es válido, sea cual sea su "formato", sin precisar llevarle a la noche a que su vida corra una suerte irreparable. Pero los occidentales abortan a aquellos que detectan con diversidad. Similitudes o idénticas prácticas donde se excluye de la vida a determinadas personas.
En otra reunión tuve la oportunidad de poder hablar con una antropóloga que había estudiado distintas tribus de Perú. Mis preguntas se volvieron a dirigir hacia la diversidad funcional y su entendimiento en esas tribus. La respuesta fue taxativa, les entierran vivos. El número no lo sé en concreto pero esa fue la respuesta. Palidecí.
En España recientemente, en este siglo XXI, se ha suprimido la posibilidad de incapacitar judicialmente a las personas con diversidad funcional. Este hecho les negaba el derecho al voto, a casarse, a manejar sus ingresos, a tener hijos pues eran esterilizados, a disponer de sus pertenencias o herencias.
Hoy en día a los niños con diversidad funcional se les estigmatiza desde su nacimiento pasando por recursos, que tristemente están institucionalizados y permitidos, que subordinan sus capacidades al cruel concepto de producción o competitividad, a prejuicios propios de los profesionales que aún no han visto que el problema de la discapacidad está en el entorno y nunca en las personas. El problema está en el que no entiende cómo relacionarse con la diversidad funcional no en el que tiene esa característica.
O la tremendamente designada como discapacidad cognitiva, les envía al ostracismo escolar. Pasan por centros de atención temprana que les tratan como a enfermos, por escuelas que les segrega y aparta. Les dejan sin oportunidades de socializar desde la normalidad. Estos hechos hacen que haya una clara diferencia social entre los que tienen oportunidades y los que, sumidos en este sistema anacrónico que no responde a ninguna de sus necesidades, sufran el aislamiento social.
Confieso mi estupor por las prácticas en casi todos los países del mundo. Cuesta tanto que se dé visibilidad a buenas prácticas e innovación en los postulados que sustentan ideas erróneas u obsoletas que son las que están dirigiendo sus vidas. Esto supone un riesgo permanente que cronifica situaciones que precisan una intervención urgente. Niños ciegos en casa, niños que sufren el acoso escolar, niños sin conocimientos académicos, niños abusados sexualmente, adolescentes con recursos sólo para discapacitados, falta de empleabilidad. Todas estas vidas segadas están restando humanidad al resto de población.
El progreso cultural ha de ser propiciado por universidades, medios de comunicación, empresas privadas y públicas donde la ética sea el fundamento y el eje transversal para la vida de los niños y adultos con diversidad funcional vivan desde su criterio personal y con dignidad.
Entre todos podemos crear conciencia social, legislar para evitar su exclusión, generar el empoderamiento de ellos para su emancipación porque a través del acercamiento de las personas con diversidad podemos crear un mundo más amable y justo.