
Hace más de 20 años que amo y practico mi profesión, educadora social. Si hablo de ella hablo de mi y ella habla de mi misma.
Mi hija Vioeta nació hace siete años y me desveló las características que tengo en mi trabajo y como persona porque para mi, ya son indisolubles.
Todas las personas que han llegado a mi las atiendo con total respeto. Me mantengo lejos de juzgar su situación. Entablo una relación de proximidad y a través de ella cruzamos hacia un espacio de posibilidad. Empatizo y así puedo desvelar lo que necesita escuchar o el comentario que en su vida ha marcado su comportamiento.
Violeta nació para que viera que soy madre, mujer, intuitiva, compañera, amiga, frágil y fuerte, educadora social... para que viera que no me rindo en ninguna situación, que me repongo como el ave fénix, que brindo una mirada de dignidad innegable a cualquiera, que indago información para llegar a la verdad que más se aproxima al enaltecimiento de la capacidad de dejar a las personas que recorran su camino allanando los prejuicios y la falta de amor, que me entrego cada día y no me rindo, que acompaño para dar credibilidad y soporte, que brindo cuantas oportunidades se precisen, que reformulo el crecimiento, que me aferro a la posibilidad.
Cuando veo las intervenciones que llevan a cabo con familias y niños con síndrome de Down llenas de prejuicios y limitaciones, a las familias desatendidas, a los niños estigmatizados, me digo: aquí faltan educadores sociales.
Nuestra profesión brilla entre espacios sin creatividad, llena de sustento la realidad de cualquier ser humano, rompe moldes y abandona estereotipos. El educador social acompaña en la creación del futuro de la persona no permite que le creen las instituciones. Nuestra profesión hace más libres a las personas.
Esta fábula habla de mi quehacer, de la mirada que conservo y nada ha quebrado, me mantiene más fiel a ella pues sé que el vuelo de muchas águilas se ha iniciado.
La fábula del aguilucho
Érase una vez un granjero que, mientras caminaba por el bosque, encontró un aguilucho malherido. Se lo llevó a su casa, lo curó y lo puso en el corral, donde pronto aprendió a comer la misma comida que los pollos y a comportarse como éstos.
Un día, un naturalista que pasaba por allí le preguntó al granjero:
Sin desanimarse, al día siguiente, el naturalista llevó al aguilucho al tejado de la granja y le animó diciendo:
Muy temprano, al día siguiente, el naturalista llevó al aguilucho a una elevada montaña. Una vez allí, le animó diciendo:
Cada niño con síndrome de Down es un águila. Seamos el medio para que alcance su vuelo. Pueden volar.
Trabajamos para integrar en la sociedad a las familias y niños con síndrome de Down. Haz click y mira.
Mi hija Vioeta nació hace siete años y me desveló las características que tengo en mi trabajo y como persona porque para mi, ya son indisolubles.
Todas las personas que han llegado a mi las atiendo con total respeto. Me mantengo lejos de juzgar su situación. Entablo una relación de proximidad y a través de ella cruzamos hacia un espacio de posibilidad. Empatizo y así puedo desvelar lo que necesita escuchar o el comentario que en su vida ha marcado su comportamiento.
Violeta nació para que viera que soy madre, mujer, intuitiva, compañera, amiga, frágil y fuerte, educadora social... para que viera que no me rindo en ninguna situación, que me repongo como el ave fénix, que brindo una mirada de dignidad innegable a cualquiera, que indago información para llegar a la verdad que más se aproxima al enaltecimiento de la capacidad de dejar a las personas que recorran su camino allanando los prejuicios y la falta de amor, que me entrego cada día y no me rindo, que acompaño para dar credibilidad y soporte, que brindo cuantas oportunidades se precisen, que reformulo el crecimiento, que me aferro a la posibilidad.
Cuando veo las intervenciones que llevan a cabo con familias y niños con síndrome de Down llenas de prejuicios y limitaciones, a las familias desatendidas, a los niños estigmatizados, me digo: aquí faltan educadores sociales.
Nuestra profesión brilla entre espacios sin creatividad, llena de sustento la realidad de cualquier ser humano, rompe moldes y abandona estereotipos. El educador social acompaña en la creación del futuro de la persona no permite que le creen las instituciones. Nuestra profesión hace más libres a las personas.
Esta fábula habla de mi quehacer, de la mirada que conservo y nada ha quebrado, me mantiene más fiel a ella pues sé que el vuelo de muchas águilas se ha iniciado.
La fábula del aguilucho
Érase una vez un granjero que, mientras caminaba por el bosque, encontró un aguilucho malherido. Se lo llevó a su casa, lo curó y lo puso en el corral, donde pronto aprendió a comer la misma comida que los pollos y a comportarse como éstos.
Un día, un naturalista que pasaba por allí le preguntó al granjero:
- ¿Porqué esta águila, la reina de todas las aves y pájaros, permanece encerrada en el corral con los pollos?
- Me la encontré malherida en el bosque y, como le he dado la misma comida que a los pollos y le he enseñado a ser como un pollo, no ha aprendido a volar. Se comporta como los pollos y, por tanto, ya no es un águila.
- El tuyo me parece un bello gesto, haberla recogido y haberla curado y cuidado. Además, le has dado la oportunidad de sobrevivir y le has proporcionado la compañía y el calor de los pollos de tu corral. Sin embargo, tiene corazón de águila y, con toda seguridad, se le puede enseñar a volar. ¿Qué te parece si la ponemos en situación de hacerlo?
- No entiendo lo que me dices -respondió el granjero-. Si hubiera querido volar, lo hubiese hecho. Yo no se lo he impedido.
- Es verdad, tú no se lo has impedido, pero como muy bien decías antes, como le enseñaste a comportarse como los pollo, por eso no vuela. ¿Y si le enseñamos a volar como las águilas?
- ¿Por qué insistes tanto? Mira, se comporta como los pollos y ya no es un águila, qué le vamos a hacer. Hay cosas que no se pueden cambiar.
- Es verdad que en estos últimos meses se está comportando como los pollos. Pero tengo la impresión de que te fijas demasiado en sus dificultades para volar. ¿Qué te parece si nos fijamos ahora en su corazón de águila y en sus posibilidades de volar?
- Tengo mis dudas porque, ¿qué es lo que cambia si en lugar de pensar en las dificultades, pensamos en las posibilidades?
- Me parece una buena pregunta la que me haces. Si pensamos en las dificultades, es más probable que nos conformemos con su comportamiento actual. Pero, ¿no crees que si pensamos en las posibilidades de volar esto nos invita a darle oportunidades y a probar si esas posibilidades se hacen efectivas?
- Es posible -reconoció el granjero-.
- ¿Qué te parece si probamos?
- Probemos.
- - Tú perteneces al cielo, no a la tierra. Abre tus alas y vuela. Puedes hacerlo.
Sin desanimarse, al día siguiente, el naturalista llevó al aguilucho al tejado de la granja y le animó diciendo:
- Eres un águila. Abre las alas y vuela. Puedes hacerlo.
Muy temprano, al día siguiente, el naturalista llevó al aguilucho a una elevada montaña. Una vez allí, le animó diciendo:
- Eres un águila, abre las alas y vuela.
- No me sorprende que tengas miedo. Es normal que lo tengas. Pero ya verás cómo vale la pena intentarlo. Podrás recorrer distancias enormes, jugar con el viento y conocer otros corazones de águila. Además, estos días pasados, cuando saltabas pudiste comprobar qué fuerza tienen tus alas.
Cada niño con síndrome de Down es un águila. Seamos el medio para que alcance su vuelo. Pueden volar.
Trabajamos para integrar en la sociedad a las familias y niños con síndrome de Down. Haz click y mira.